Un Argumento A Favor De Lo Desconocido, Lo Negro Y La Aniquilación De La Metropoli.
¿Es racismo el usar el adjetivo “negro” como forma de referenciar algo deplorable? ¿O es simplemente una referencia al “color” que crea la división entre lo desconocido y nuestros miedos con lo cognoscible en una sociedad acostumbrada a lo plástico y visual, y que nace de lo primitivo de nuestra adaptación a una vida diurna?
Lovecraft, uno de los más prolíficos y magníficos escritores de terror, diría sobre lo extraño y el horror:
La emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y fuerte es el miedo a lo desconocido. Estos hechos que pocos psicólogos disputarán, y su verdad admitida, deben establecer para siempre la autenticidad y dignidad del cuento extrañamente horrible como forma literaria. Contra ésto, se descargan todos los ejes de una sofisticación materialista que se aferra a emociones y eventos externos que se sienten con frecuencia, y de un idealismo ingenuo insípido que desaprueba el motivo estético y exige una literatura didáctica para elevar al lector hacia un grado adecuado de optimismo. Pero a pesar de toda esta oposición, el extraño cuento ha sobrevivido, desarrollado y alcanzado notables alturas de perfección; se basa en un principio profundo y elemental cuyo atractivo, si no siempre universal, debe ser necesariamente conmovedor y permanente para las mentes de la sensibilidad necesaria.[…]
[…]Elijo historias extrañas porque se adaptan mejor a mi inclinación, uno de mis deseos más fuertes y más persistentes es lograr, momentáneamente, la ilusión de alguna extraña suspensión o violación de las limitaciones del tiempo, el espacio y la ley natural que siempre nos aprisionan y frustran. Nuestra curiosidad sobre los infinitos espacios cósmicos más allá del radio de nuestra vista y análisis. Estas historias frecuentemente enfatizan el elemento del horror porque el miedo es nuestra emoción más profunda y fuerte, y la que mejor se presta a la creación de ilusiones que desafían la naturaleza. El horror y lo desconocido o lo extraño siempre están estrechamente conectados, por lo que es difícil crear una imagen convincente de la ley natural destrozada o la alienación cósmica o la “indiferencia” sin poner énfasis en la emoción del miedo.[1]
Por supuesto, esta pregunta no puede hacerse sin antes considerar la posibilidad de ser racista al usar ligeramente las palabra “negra”, “negrita”, “negro” o “negrito” — al estar ideológica y simbólicamente cargadas inclusive en los contextos aparentemente benignos de infantilismo y de una visión paternalista de las personas no blancas en una segregación jerárquica de los individuos, que no es solamente un asunto aislado de las estructuras que comúnmente se relacionan con una sociedad capitalista y occidental — o en general, es obligación considerar qué tanto han permeado de manera simbólica las narrativas racistas en los instrumentos mismos de lo Simbólico y de lo simbólico. Con esto quiero decir naturalmente que este ensayo no es un permiso que me doy para utilizar símbolos racistas y cualquier uso será de forma inadvertida. Espero que me lo señalen, como debe ser.
Volviendo a la pregunta inicial, una vez contestada de forma positiva la posibilidad de ser racista en nuestra cotidianidad y de utilizar símbolos que nos han pasado, y que ejercemos de manera inadvertida, vale la pena señalar que no cualquier uso de lo lírico con símbolos que hacen uso de la palabra “negro” y sus derivados consisten en una fuerte o clara manifestación del racismo como estructura; es obvio que los grafemas en el lenguaje humano lo permiten. “Corazón negro” por ejemplo, es simplemente una referencia a una persona que personifica todos nuestros temores y repulsiones primitivos. El remitir lingüísticamente a una nueva narrativa hegemónica acerca de lo que “es propio” y lo que “es otro” es insuficiente, pero necesario si queremos librarnos de lo negro y oscuro, y más bien adueñarnos de él: los significados no únicos cuando digo una palabra.
La explosión de materiales estelares y semióticos genera una combinación de procesos intraestrales y transestrales, el primero de los cuales ha sido determinado históricamente como ‘causal’ o ‘legislado’ y este último como ‘intelectual’, ‘teleológico’ o ‘legislativo’.[2]
Las uñas de alguien pueden tener esmalte negro. Ese alguien puede elegir mantener una foto de perfil en alguna red social como referencia a un ente de terror moderno, como “shadow people”, a forma de expresar de forma escénica a un “performance” generado por lo desconocido, aquello que teme y que habita en la noche de su psique — pero de ninguna forma como reflejo interno de lo colonialista sobre la otredad. Al final es un modo de recuperar la ‘exogamia’ entre lo “degenerado”, lo putrefacto dentro de sí, y lo que le hace sonreír; no una simple aceptación de lo que habita en sí mismo o conquista de ello, sino una síntesis que aún como tales irreducible a una sola idea o esencia.
Lo desconocido ha ganado de esta forma. Su camino inicia y termina en la nada, en lo desconocido de las sombras, en lo aterrador, en lo negro de la noche donde habitan los monstruos de lo que no puedo entender.
La ruina de la luna puede parecer que bloquea el movimiento nocturno que pasa desde un interior claustrofóbico en un espacio sin fin, y que conjuga la dinastía con una alteridad ilimitada.[…]
[…]Este problema de reales (y astronómicamente evidentes) diferencias que en principio son irreducibles a un formalismo matemático, y los cuáles son además — como Deleuze ha demostrado en las secciones que cierran Diference et Répétition — una base potencial para una aproximación más completa (o teoría de cuantificación) sin recurrir a ultimadamente a identidad e igualdades.[2]
O sea, Land aconseja que nos olvidemos de buscar una forma de identificación y de colectivización de nuestras características — y de nuestras virtudes, agregaría yo además.
Existe además una imposibilidad de deshacerse de lo aterrador y lo desconocido mientras insistamos en ocultar lo Real detrás del velo de lo Simbólico. Lo Real no tiene nombre y como tal mi Yo jamás podrá nombrarlo: habitará siempre en las sombras creadas por el lenguaje y todos los símbolos que se encargan de controlar al significante bajo un eterno significado que se posiciona como la superficie de acoplamiento entre objeto y sujeto. Bajo este plano, el individuo siempre representará un cuestionamiento a cualquier intento de homeostasis, en el cual lo negro sobrevive solamente por una incapacidad de lo Simbólico por devorar lo Real.
Lo Real asegura que la hegemonía de lo Simbólico nunca esté completa. Pensar en lo real nos ayuda a encontrar fisura de los puntos en las estructuras del poder postmoderno.[…][3]
O como Saul Newman diría:
La lógica de lo Real no ha deconstruido la identidad, sino que ha reconstruido la identidad sobre la base de su propia imposibilidad. Si bien no está claro que haya una gran diferencia entre los dos proyectos (la deconstrucción no necesariamente rechaza la identidad, sino que simplemente la cuestiona), la noción de Lacan de la falta permite ver el argumento de una manera diferente y, por lo tanto, adelantarlo (1) Nos ha permitido construir una noción de un exterior que es necesaria para una política de resistencia pero que, hasta el momento, nos ha eludido. Al ver esto afuera, además, en términos de una carencia, un objeto imposible que carece de la estructura de significación, Lacan nos ha permitido evitar convertir esto fuera en una noción esencialista y caer así en la trampa del lugar de reafirmación. (2) Si bien la identidad de este radical exterior está incompleta y fracturada de acuerdo con la lógica de significación lacaniana, aún puede proporcionar una base para la resistencia. El hecho de que no sea una identidad fija significa que la política de resistencia, desarrollada a través de este exterior teórico, se libera de una esencia determinante, como la noción anarquista de la humanidad. Permanece así abierto a un campo indefinido de diferentes articulaciones de resistencia.[4]
La resistencia articulada es una disposición de anteponer lo desconocido y lo aterrador antes que cualquier identidad, de lo santificado y de lo cognoscible, a través de una superficie de significación que adopta los modos y las apariencias de lo Simbólico y las santurronas moralidades herederas del judeocristianismo. Lo Simbólico en este punto puede ser representado por el Estado, o lo que se considera como costumbre, o una estructura que permea el plano donde lxs individuxs se ven incrustadxs o delimitadxs en su capacidad de agencia o en lo que les motiva a jugar el papel de agentes activxs de las metanarrativas que juegan un papel importante en la construcción desde afuera de la percepción propia, donde la otredad se ve desplazada imitando los procesos de gentrificación y envestida de pecado y de negro.
[…]“¿Qué soy?” cada uno de ustedes se pregunta. ¡Un abismo de ilegalidad y de impulsos irregulados, deseos, pasiones, un caos sin luz o estrella guía! ¿Cómo se supone que tenga una respuesta correcta si — sin la consideración de los mandamientos de Dios o los deberes que la moralidad prescribe, sin la consideración por la voz de la razón, la cual en el curso de la historia, después de experiencias amargas, ha elevado las mejores y más razonables cosas a ley — simplemente me pregunto? Mi pasión me aconsejaría hacer las cosas más sinsentido. — Así que cada uno se considera a así mismo — el demonio[…]. Pero el hábito del pensamiento religioso nos ha sesgado las mentes de forma tan severa que en nuestra desnudez y naturalidad, nos — aterramos de nosotros mismos; nos ha degradado hasta que nos consideramos depravados, nacidos demonios.[…][5]
Al contrario de la personificación del pecado y de lo aterrador en nosotrxs — por nuestra propia singularidad dentro del sistema, enmarcadxs dentro de estructuras y superestructuras como escenario, o como lo descriptible, o como lo que nos genera miedo o terror — el racismo se basa en el espíritu de conquista, en la disolución de la otredad en lo normativo (dirían algunxs “colonialismo”). El objeto de conquista no se ve como una “nada” aún cuando la indiferencia haga que algunos identifiquen al racismo con la disolución hacia la nada, en lugar de la anulación de la existencia y posterior conquista por objetización, precisamente como requiere la perfecta predicción del funcionamiento de un sistema.
No reconocer qué criticar — o simplemente no reconocer la existencia de contingencias y de narrativas mayores en el mundo e ignorarles en favor de una narrativa que no es única ni predominante en el pensamiento contemporáneo que ha guiado la evolución ontológica y epistemológica de lo que entendemos y de la narrativas sobre nosotros mismos — es exactamente volverse cómplice de los crímenes del racionalismo y del rechazo de lo degenerado, cualesquiera sean las narrativas y jerarquías morales que sirven como justificantes para tal desconocimiento.
El círculo del día y la noche es la ley del mundo clásico: la más restringida pero la más exigente de las necesidades del mundo, la más inevitable pero la más simple de las legislaciones de la naturaleza.
Esta era una ley que excluía todas las dialécticas y todas las reconciliaciones, por lo tanto sentó las bases de la unidad fluida del conocimiento, así como de la división intransigente de la existencia trágica. Reina en un mundo sin oscuridad, que no conoce la efusión ni los amables encantos del lirismo. Todo es despertar o sueños, verdad o error, la luz del ser o la nada de la sombra.[6]
Es además propio de una ansiedad eterna el considerar como frágiles las identidades que se ven como producto — marginal, aunque no siempre se vean como producto accidental o secundario, sino que se identifique una estructura en sí con la propia identidad — que tiene que usurpar el lugar de lo anteriormente sagrado. Es una forma de sustituir al policía fascista y asalariado, representante de un sistema corrupto que no da espacio para otras narrativas para vivir como dueñas de sí, por uno interno en el que la personas y la propia comunidad se vuelven burócratas y policías de sí mismos, con una esencia que da vida a dicha identidades como soberana.
[6] Lamentablemente, es irónico que el discurso contemporáneo que más habla acerca de la heterogeneidad, el tema descentrado, declare avances que permitan el reconocimiento de la otredad, siga dirigiendo su voz crítica principalmente a un público especializado, uno que comparte un lenguaje común arraigado en las mismas narrativas coloniales que pretende desafiar. Si el pensamiento postmodernista radical tiene un impacto transformador, una ruptura crítica con la noción de “autoridad” como “dominio sobre[..]” no debe ser simplemente un dispositivo retórico, debe reflejarse en los hábitos del ser, incluidos los estilos de escritura, así como materia elegida.[…]
[…]Debemos comprometernos con la descolonización como una práctica crítica si queremos tener posibilidades significativas de supervivencia, aunque también debemos hacer frente a la pérdida de fundamento político que hizo más posible el activismo radical. Estoy pensando aquí en la crítica postmodernista del esencialismo en lo que respecta a la construcción de la “identidad” como un ejemplo.[…]
[…]Para los afroamericanos, nuestra condición colectiva antes del advenimiento del postmodernismo y quizás más trágicamente expresada en las condiciones postmodernas actuales se ha caracterizado y se caracteriza por el continuo desplazamiento, la profunda alienación y la desesperación.[7]
Una vez conceptualizados en una esencia todo lo que es considerado como lo bajo o lo otro y lo negro, suceden con mayor eficacia los procesos que favorecen al capital, su acumulación y su producción agresiva coaccionadas por choques externos, por fuerzas virtuales o artificiales, originada en la privación de recursos en el Tercer Mundo y en el ordenamiento de un sistema global que permita, en primera instancia, la creación de la Metrópoli y el Tercer Mundo (blanco y negro respectivamente) en cual hay un flujo de mano de obra a precio de mercado del Tercer Mundo a la Metrópoli, y de inestabilidad social y política de la Metrópoli al Tercer Mundo, el cual permite tener no el mercado laboral distorsionado que exigen como instrumento la producción y la acumulación de capital, en donde a nivel regional — particularmente cuando sucede en la Metrópoli — el mercado laboral se distorsiona a favor de los trabajadores, previniendo una crisis del capital, aún cuando a nivel global el mercado laboral no es distorsionado.
El mercado laboral mundial se interpreta fácilmente, por lo tanto, como un desastre demográfico sostenido que se desplaza sistemáticamente lejos de las instituciones políticas de la metrópoli.[8]
El Tercer Mundo, entonces, es conceptualizado de tal manera que funcione como foco frío de la máquina térmica que son el capital y sus máquinas acopladas en la superficie. Es en este foco es donde habita el caos, la energía usada y la entropía personificada en la muerte de toda virtud, en el caos de lo desconocido y en la frialdad de la indiferencia, en el mejor de los casos, o desprecio en el peor de ellos, por parte de la Metrópoli sobre lo que es considerado pecado, degenerado o inferior — lo negro.
Una de las formas de quebrar con las narrativas de amo-esclavo o de servidumbre es exactamente descolonizar el lenguaje como conducto de lo Simbólico, deconstruir la gramática de tal forma que de forma efectiva — y sin la necesidad de metanarrativas, que solamente aportan a la obesidad de lo Simbólico y lo convierte en un mayor obstáculo para lo Real, e imitando los procesos de desterritorilización y reterritorilización (si así se quiere) del capital — precipitar a una “negrura” de forma proactiva y anticipada a toda participación colonialista del capital o de segregación de lo problemático hacia el Tercer Mundo desde la Metrópoli, de lo propio hacia lo insignificante, donde precisamente todo significado se pierda dentro de lo desconocido; digerir al sol; propagar el pecado de la existencia y de la nada en un multiplicidad no lineal donde ninguna narrativa sobre colectivos pueda nacer más que de manera espontánea y morir de manera similar, y arrebatarle el poder sobre lo negro a la Metrópoli; convertir esto en praxis tan plástica como cualquier otra forma de activismo.
La muerte de lo perfecto, de lo blanco sobre todo, no puede terminar de darse mientras simplemente queramos reformarlo de tal manera que se siga construyendo y reproduciendo una sociedad concebida por el supremacismo blanco y el judeocristianismo. Del último se desprende exactamente ese ímpetu por lo prístino, por el cuido de no ser problemático y de no pecar contra lo esencial que constituye el humanismo que permea casi cualquier forma de diagnóstico compulsivo sin contexto alguno sobre lo simbólico. Es decir: lo simbólico crea narrativas hegemónicas y es importante reconocerlas efectivamente, pues el problema no podría solucionarse sin un debido diagnóstico.
Lo que busco no es una reivindicación final y luminosa sino una apropiación de lo negro y de lo oscuro en todxs. En un mundo obsesionado con la luz y la condenación del pecador, es hora de adueñarnos de nuestros pecados y que no puedan ser usados en contra nuestra. Que a la otredad, lo asqueroso y degenerado, se le devuelva el poder que le fue arrebatado. Que la oscuridad de nuestras personas vuelva de su exilio, pues lo nuevo no puede terminar de nacer hasta que lo viejo termine de morir, y la oscuridad y lo negro nunca han sido.
En esto consisten las similitudes entre el “negro” de mi pecado y degeneración, y el pecado y desprecio creado alrededor de una negrura que por sí misma no nació pecadora, que es completamente inocente convirtiéndose en sujeto de sí mismo bajo el control narrativo del objeto. El apropiarse de tales símbolos, en lugar de buscar un espacio en las narrativas de control y de homeostasis identitaria, es lo que encuentro similar en la versión postmodernista de la reivindicación del individuo negro con la del individuo que vive en el eterno pecado de una noche desconocida, en un mundo en el que la luz ha privado de lo oscuro a lo propio, que lo ha desplazado y segregado en favor del capital y de morales fetichistas de los símbolos. Al final es una reivindicación de lo Real lacaniano y una búsqueda de resistencia — existencia en el único lugar posible: la multiplicidad de lo desconocido y lo macabro.
Redux
En la noche, en los rincones del desconocimiento y de nuestras voluptuosidades entretejidas en suprema alteridad fluyendo hacia un eterno e infinito frío, es el llamado de la muerte significativa o real y el origen de todos nuestros monstruos lo que vemos moverse cuando las luces se apagan, lo que a fuerza de costumbre hemos aprendido a temer.
En la noche, vagamos y llevamos a arrastras el destino de nuestra propia desaparición por la infinitud de nuestras posibilidades, tan densa y divergente como la de un dios muriendo desde el nacimiento del universo, regurgitando al resto del universo mismo y al pútrido olor en el aire que muchos llaman éter, pero que al contrario de la funcionalidad con que fue abstraído al principio del siglo pasado, no existe en función de la transmisión de luz, sino de la dispersión de la oscuridad en que se basa la justificación inmanente y teleológica de su existencia.
Es de este caos que hemos nacido y por el que hemos sido abandonadxs en la luz del orden y su despreciable autoridad. Del orden aprendimos a temer lo que somos y el odio hacia el lugar de donde vinimos y habitamos: en la eterna oscuridad, en la negrura de la muerte, de la nada que se crea a sí misma y muere regurgitando la mierda con la que fue preñada por el orden y la Metrópoli.
En eso ha consistido la gran estafa, en dejar de sumergirnos en las profundidades de donde nos extraemos constantemente, en llamar agradable a lo que nunca ha sido nuestro destino: una motivación completamente ajena en pos de un ideal y estabilidad inalcanzables; en temerle a lo negro y concebirlo como lo externo. En todo efecto hemos sido cultivados y madurados de manera artificial en roles fijos.
Siendo así la filosofía, la vida y la heterogeneidad, libres hasta que suceda el fin último de toda constricción que limita las multiplicidades y las contingencias en la existencia misma, dándose este fin solamente a causa, y necesidad, del horror.
Las luchas reformistas no son un método en el que finalmente podemos ser, pues es más fácil olvidar el placer que el dolor que provoca el terror. En tal caso, el reformismo es un caso asimilista, cómplice del orden. Finalmente algo siempre caerá al Tercer Mundo a cambio de lo que se haya considerado oportuno concebir como un objeto con una negrura falsa al cual solamente le faltaba ser lustrado para ser demostrado parte de la Metrópolis y la blancura.
El horror hace una afirmación última e intolerable, como lo sugiere su insidiosa familiaridad. Al borde de su invasión se sugiere, al mismo tiempo, un suceso — ontológicamente autoconfirmante, indistinguible de su propia realidad — y una sustitución generalizada del lugar común, de modo que esto (lo insoportable) es lo que siempre ha sabido, y el único que se puede saber. Lo más mínimo que se vislumbra es la abolición radical de cualquier otra cosa que sea imaginable. Nada importa, entonces, excepto que esta visión sea eludida.[9]
Land en su series de escritos en xenosystems.net, Abstract Horror, insiste en crear una similitud entre Shoggoths, de la mitología de Lovecraft y lo necesario para avanzar los proyectos de filosofía o de alteridad/multiplicidad.
Los “Shoggoths” vienen de más allá del horizonte biónico, por lo que es de esperar que su organización esté disuelta en funcionalidad. “Son” infinitamente plásticos y dúctiles [. . . ] masas protoplásmicas capaces de moldear sus tejidos en todo tipo de órganos temporales [. . . ] desechando desarrollos temporales o formando órganos aparentes de la vista, el oído y el habla “. Lo que son es lo que hacen o — durante un tiempo — lo que se hace a través de ellos. Los shoggoths se originaron como herramientas, como tecnología, creados por los Antiguos como robots biónicos o maquinaria de construcción. Su forma, organización y comportamiento eran programables (“hipnóticamente”). En el vocabulario de la ciencia económica humana, no deberíamos tener problemas para describir a Shoggoth como un aparato productivo, es decir, como capital.
[…]Shoggoth es un estado de plasma virtual de capacidad material que lógicamente incluye, dentro de sí, a todos los seres naturales. Construye cerebros como subfunciones técnicas. Cualquier cosa que los cerebros puedan pensar, Shoggoth puede procesar, como una especificación arbitraria de la abstracción protoplasmática, o quizás hiperplasmática.[9]
Sugiero entonces que, en línea paralela con el aceleracionismo, nos desarrollemos como Los Antiguos y los Shoggoth en una sola entidad, en donde la dualidad entre Único y Propiedad (Antiguo y Shoggoth) se vean verdaderamente disueltas, donde sea imposible crear un concepto sobre el yo que dé, de forma implícita, la pista de alguna esencia o de algo estable que pueda ser conceptualizado, cosificado, finalmente poseído y desplazado por los órdenes mayores, luces y fantasmas de la Metrópoli, mientras que se aumenta el capital de lo desconocido, lo terrorífico, lo negro, en un proceso que, por su aumento exponencial de la multiplicidad del rizoma, cree al mismo universo y reproduzca el horror de la existencia y la muerte — de todo significado trascendental — que se cumpla la profecía de la segunda ley de la termodinámica, que el Tercer Mundo traiga el fin de toda fuente de calor, luz, y virtud.
Bibliografía
[1] Lovecraft, H.P., El Horror Sobrenatural En La Literatura, 1927
[2] Land, Nick, Narcissism and Dispersion in Heidegger’s 1953 Trakl Interpretation, 1990
[3] Call, Lewis, Buffy the Post-Anarchist Vampire Slayer, 2011
[4] Newman, Saul, From Bakunin to Lacan: Anti-Authoritarianism and the Dislocation of Power, 2001
[5] Stirner, Max, El Único y su Propiedad, 1844
[6] Foucault, Michel, Historia de La Locura En La Época Clásica, 1961
[7] hooks, belle, Postmodern Blackness, 1990
[8] Land, Nick, Kant, Capital And The Prohibition of Incest, 1988.
[9] Land, Nick, Abstract Horror, 2013–2014