Mis Tripas
El corazón corría siempre saltándose un paso
cada vez que mis tripas le informaban de su
existencia, la existencia de la tripa y del
sujeto en la oración que había convertido en
el objeto, con predicado al amor. No importa
las veces en que me subiera al escenario para
recitar mi poesía harapienta, destartalada e inocente,
o tan inocente cómo mi tripa me lo permitía. Siempre
terminaba en un manojo de ideas, nervios y afán.
Antes era así, las luces me encandilaban, se convertían
en una dulce bendición, y me volvía más
ligera que la ligereza, completamente sorprendida,
y asaltada por la urgencia de amar y de abrazar,
como chocar contra un árbol y salir librada con
leves contusiones, lo más, un brazo desmontado,
anonadada en un estupor opiáceo para aliviar
el dolor. Extraño esos días. Tenía la seguridad,
la absoluta seguridad, de que todo iba a fallar
en una espiral de melancolía, frustración, miedo
y sempiterna ansiedad, que permeaban hasta mi
más sincero e impetuoso optimismo.
Ahora te encuentro a ti, sí, a vos, en medio de
una sorpresa,
en la cotidianidad,
contrariada,
en la estancia de lo común.
Esta vez mis tripas estaban amordazadas y anestesiadas.
Esta vez mis tripas no quemaron al mundo y lo
envolvieron en las llamas tornasol de su pasión.
Esta vez mis tripas no se llenaron con las polillas
de las buenas noticias y las fatídicas expectativas.
Esta vez me sorprendiste en el sopor de la mañana.
Esta vez mi corazón le informó a mis tripas.
Ahora mis tripas sonríen, sonríen con la pesadez
de lo vivido, y con la idea de un porvenir que terminará
en algo más grande que lo ansiado y mucho más inmenso
que todos los bosques del mundo, donde lo cotidiano
pase a dar espacio al aroma verde del futuro y de la sonrisa
en un crescendo lento y eterno hasta la infinitud
de una noche llena de estrellas y planetas.