En la Primitiva y Humana Pesadilla
No nos dimos cuenta cuando el mundo se volvió una cebolla con capas superpuestas que juntas forman nuestra realidad — o lo que podríamos considerar como realidad, extendiendo nuestra carne al infinito en forma fractal. En el imaginario común, en el poético y en el ideológico, la existencia verdaderamente ha dejado de ser unidimensional — o mejor dicho, no existimos en una sola capa de nuestra realidad. Y es consecuencia natural: la existencia y la nada parecen conquistar todo plano al que puedan echar mano.
El humano ha adquirido múltiples metaexperiencias. Vive en planos intangibles que son tan reales como los que habita la carne. Y la carne no está contenta. Estos mundos han sido moldeados con un fin, tienen un propósito. Es un propósito que nosotros, los plebeyos, no les hemos dado a estas experiencias. Es un propósito intrínseco e ineludible al habitar en tales metaexperiencias. Es siempre un propósito; uno alienante y, la verdad, no hay muchos otros propósitos que no lo sean. Sus existencias son permitidas por el status quo y proliferan porque sostienen un sistema capitalista que vomita inmorales — a falta de un mejor adjetivo — cantidades de recursos para sustentar y vencer la lucha contra ese ímpetu de colonización.
Sin embargo, el avance tecnológico y la ciencia abren nuevas posibilidades alienantes sin importar la existencia o no de amos y de propósitos; difuminan y mueven las fronteras de lo conceptualizado, nos redefinen. Ya no somos lo que éramos ni podemos volver a serlo sin importar cuándo se lea ésto. El curso está fijado y no es precisamente hacia adelante ni hacia atrás ni hacia algún lugar. La lucha que tiene el capitalismo no es solamente contra los que quiere dominar, sino contra sus propios medios.
El capitalismo, por su carácter colonizador, habiendo conquistado el espacio en que habita la carne, creó nuevos espacios qué colonizar e impregnó otros que, por su naturaleza, eran sitios de estar: de ser y de nada, de sus formas y sus discursos. Así fue como infectó a la Wired y la despojó de sus despropósitos, como siempre ha sucedido en las conquistas.
El capitalismo, cansado de su poder sobre este mundo, creó otros mundos qué conquistar, como un dios cansado y aburrido, creando marionetas a las cuales manipular a su gusto. Así nació la Wired. Es por eso que sus propias herramientas son intrínsecamente alienantes: la aparente libertad, las inmensas posibilidades borran cualquier necesidad de éticas o de morales; abren la ventana para que las reglas, bajo las que el individuo hasta este momento en la historia había seguido y bajo las cuales se había usado como machote fiel e inmutable para construir su propia identidad, sean simplemente un cuento de hadas como cualquier otro cuento moral. Esa aparente libertad del individuo la ocupa el capitalismo y es real para él — las necesita para establecer su supremacía.
Sin embargo, el espíritu burgués sobreestimó el poder y control que podía ejercer sobre sus medios y ahora se enfrenta a una nueva crisis. Dadas las características de sus medios (la técnica y la ciencia) el capitalismo se ve sujeto a un natural “espionaje industrial” por parte de las masas: no es solo que ellos nos han alienado en su favor, sino que sus propias herramientas les han alienado. Inclusive los medios ideológicos, como el humanismo, empiezan a ser debidamente rechazados.
No es tanto lo que el individuo puede aguantar con una muerte del ego inducida como lo es el humanismo. “¡Oh dios Humanidad, compadécete de mi infeliz alma! ¡Libérame de tu hegemonía!” Algunos claman miopemente por un poco de humanidad por parte de él, pero el humanismo es parte integral de él en esta versión liberal de capitalismo.
No estoy deseosa ni apresurada por pedir respeto por mi propia existencia o mi Propiedad por ser humana de la misma manera en que es absurdo que las mujeres pidan respeto por intermediación o favor de alguna esencia ajena a ellas (hermanas, madres, hijas). Lo que empodera a los individuos es simplemente una característica mística, superior a nosotros mismos, que nos hace merecedores de respeto o de algún privilegio. Empero, de nosotros queda poco qué conocer o amar más allá del espíritu de Humanidad que habita dentro de nosotros. Como si el cristianismo se hubiera convertido en humanismo y ahora la Humanidad fuera nuestro Espíritu Santo, no somos de nosotros ni completamente de la maquila en donde nos pudrimos produciendo para bienes mayores y personas que no conocemos. Somos hijos de la Humanidad y del Capital.
Por eso no tengo duda de que bajo ningún otro sistema socioeconómico hubiéramos podido escapar de la tragedia aparente en la que vivimos actualmente. Al comunismo de Marx le es urgente el humanismo. El marxismo es una religión laica que tiene como figura central al Humano y en ese espíritu Humano reside toda la esperanza y optimismo del marxismo. No viéndolo venir, el marxismo también necesitaría de todos los medios del capitalismo — la técnica y la ciencia. De la pesadilla, dadas las circunstancias, es impensable escapar.
Entonces ¿significa que la realidad es una pesadilla?
Sí. Es una tan bien elaborada que en la mayoría de las veces el despertar de ella se paga con un precio muy alto. Vivirla se cobra aún más caro.
¿Significa entonces que la vida no merece ser vivida?
No lo sé, eso se lo dejaré al lector. Yo personalmente no soy utilitarista negativa. No estoy interesada en disminuir el dolor, ni el sufrimiento.
Las posibilidades cada vez crecen y la ciencia y la tecnología avanzan exponencialmente. Parecen ir a ritmo e ímpetu de Yáganat: imparables como mamuts en estampida. Es necesario entonces reconocer el terreno en el que caminamos y la topografía de lo que tenemos a disposición.
El capitalismo nunca soltará sus canales, nunca democratizará su megáfono. En el camino, ha creado como subproducto lo que se podría nombrar como Wired: una interconexión de todos los individuos en el sistema bajo una red sutil algunas veces, otras explícitas, como telaraña con gotas de rocío, pero completamente real; donde todos sentimos los pasos de una araña desde cualquier lado del planeta, pero en la que el acceso a las herramientas y a las posibilidades que conceden la ciencia y la tecnología se ve limitado por instituciones y fantasmagorías, sobre todo en partes usualmente rurales o donde los individuos son más proclives a ser esclavos de supersticiones — díganse nacionalismo, patriotismo, cristianismo o cualquier otro -ismo en forma de religión. Este obstáculo es insuperable y debe ser solucionado.
¿Tengo entonces alguna motivación?
Sí. Ea pues, fluyo con la corriente. Bienvenida sea la alienación y toda posibilidad. Bajo mi bandera nihilista y egoísta, recibo enhorabuena la desaparición de todos los límites antiguos que se le dictaban al Único y a su Propiedad. Que sea entonces mi menester el diseminar todo conocimiento que permita la manipulación y transformación de todo nuestro significante y significado material e inmaterial. Que los límites de lo posible y de lo humano desaparezcan. Que nuestro entendimiento del individuo se vuelva obsoleto y que se pierda para siempre en nuestra nada creativa. Que desaparezca en ese vacío de donde extraemos nuestro ego y que nuestro ego sea un flujo de su Propiedad, de todo lo que puede echar mano, incluyendo su propio cuerpo, transformándolo más allá de todo límite fascista y liberal. Que sea deber empujarnos al abismo del nihilismo y del anarquismo, reflejo último del universo indiferente y voluptuoso en el que vivimos.
La nada se alcanzará eventualmente. Nuestros límites y nuestros conceptos serán lo que queramos que sean. Hablar de humanos como especie será absurdo. El reloj solo se mueve en un sentido junto con la entropía, junto con las posibilidades. Nuestra nada creativa tomará nuevos significados soñados solamente por los dioses. ¿Puede ser relevante agotar nuestras ansias de poder y nuestra vanidad en convertirnos en dioses paganos o materiales?
No, no estoy interesada. No quiero eso para mí ni para nadie. Propongo que nuestras historias en ese entonces sean de indiferencia hacia significados y dioses laicos, ya sea envestidos de moralidad o de ética, o de alguna superstición que nos esclavice. Propongo, en cambio, esclavizar tales supersticiones en nuestro ego y dejarlas morir si es necesario, si así lo piden el clamor del vacío y el caos de donde extraemos todo lo que nos hace Únicos y lo que se convierte en nuestra propiedad. Propongo esclavizar al mismo ego en la nada y disfrutar si es necesario o llorar, si se quiere, de todo lo que tengamos a nuestro alcance; que nuestro yo no esté conceptualizado en una unidad o en un colectivo, que lo único fijo sea lo indeterminado y lo escurridizo.
Cabe la tentación, entonces, de usar los mismos canales que han usado los entes que solamente viven para controlar o servirse mientras despojan de todo al resto del mundo, o de irnos por el optimismo del marxismo. Sin embargo, en estos canales los medios solamente serían un medio de control sirviendo fines mayores o simplemente fines. Es, entonces, en el mejor interés el crear nuestros propios canales y nuestros propios medios.
Debemos — sin rastro de moralidad — dejar de esperar por la venida de nuestra Salvadora Santa Revolución; ella no vendrá en favor de los intereses de la libertad. Debemos también abrazar la alienación en nuestro favor fomentarla, romper con todos los límites que se nos quiere imponer o de los que se nos quiere despojar.
Es también nuestro menester, despojarnos — de forma explícita — de toda nostalgia por la carne y de esa idea romántica del alma. Nuestra consciencia es solamente información que, le guste o no a nuestro orgullo, puede, eventualmente, ser replicada o transferida. La persona que tenemos frente al espejo no es solamente un saco de huesos y tripas precisamente porque carga con información codificada en redes neuronales que intentan darle significado o destino a las cosas — primero en nuestro cerebro reptiliano como forma de sobrevivir, donde todo conocimiento no es más que una herramienta que se pueda usar para asegurar la existencia de nuestra carne, y en seguida en nuestro cerebro de mamífero que nos confiere emociones y una personalidad marcada como individuos.
Es también menester democratizar y hacer accesible cualquier forma de tecnología que tengamos en nuestro poder y formarnos en lo tecnológico. Las posibilidades florecen. Probablemente no ocupemos más de la carne más de lo que ocupamos ropa nueva o lentes mejores. Nuestro cuerpo no tiene mayor significado y trascendencia de lo que lo tiene una roca flotando en el vacío y frío universo de la nada y de la existencia — que me atrevo decir que son lo mismo. No podría ser de otra forma: ante lo idiota y el sinsentido — el exigirles un significado o un destino a nuestros propios cuerpos hechos exactamente del mismo universo indiferente, intrascendente y carente de todo significado — el absurdo se vuelve inclusive absurdo de considerar— Camus ha muerto.